Milagrosa Carrero
05 oct 2006
Este burbujeante ambiente preelectoral, me trae a la memoria aquel viejo juego de la silla, en que N jugadores corren alrededor de un grupo de N-1 sillas, hasta que, a una orden o palmada, todos se acoplaban a la más próxima quedando siempre uno sin asiento.Y es que el juego democrático viene a ser "lo mismo, solo que al revés", que diríamos en mi pueblo, porque silla solo hay una , y aspirantes a ocuparla, en teoría, todos los ciudadanos mayores de edad, que en pleno uso de sus facultades mentales, quieran pasar del papel de representados al de representantes, o de electores, a elegibles, o por qué no, a elegidos. Eso en el supuesto caso de que el que ocupa la silla llegue, de alguna manera a levantarse, lo que, ateniéndonos a los hechos, parece atentar contra alguna ley física, a juzgar por lo esporádicamente que estas ocasiones se suceden, dando generalmente lugar a procesos altamente inestables que rara vez se desarrollan sin provocar, cuando menos, un pequeño caos en torno suyo.
Dadas tales circunstancias, no es de extrañar que los partidos políticos, eviten a toda costa, tales cambios, estableciendo procedimientos de sucesión poco permeables, al objeto de minimizar estos efectos, y a costa de sacrificar otros considerablemente más participativos.
Cabe pensar que en un sistema democrático, basado en la participación de los propios ciudadanos en los órganos ejecutivos y legislativos, de las correspondientes administraciones, lo ideal sería que, el mayor número posible, de miembros de la comunidad, llegaran a ostentar un cargo representativo, en algún momento de sus vidas.
Hay quien partiendo de este planteamiento, apoya la conveniencia de que los grupos políticos auto-regulen el número de reelecciones a que cada aspirante deba concurrir, recomendando una especie de rotación como la del "empleo rotativo", de algunos .pueblos, ideado para repartir equitativamente sus puestos de trabajo municipales disponibles.
Y no me refiero al manoseado relevo generacional, asociado a la edad de los aspirantes, y sobre el que habría mucho que matizar, por su dudoso corte democrático, si tenemos en cuenta que los cargos representativos deben reflejar la estructura de la sociedad, dando cabida, a mujeres, hombres, ancianos, jóvenes, y personas de mediana edad, en una proporción semejante a la de nuestra sociedad. Quitar a los viejos políticos únicamente para poner a otros más jóvenes, no soluciona el problema de la representatividad, ni ofrece mayores opciones de participación democrática. De hecho, la mayor parte de la población, jamás en su vida ostenta algún cargo representativo, por pura imposibilidad matemática.
En la práctica, el ciudadano que llega a su tercera edad sin haber tenido nunca la oportunidad de desempeñar algún cargo representativo, queda relegado a un segundo plano, como ciudadano, viendo mutiladas sus posibilidades reales de iniciar una vida pública participativa, y perdiendo, por el simple hecho de contar más años, los derechos que su plena capacidad le concede legalmente, en teoría.
Es el eterno dilema: ¿Qué es mejor que los políticos se profesionalicen, desarrollando una verdadera carrera, que rentabilice su esforzado aprendizaje, o que la sencilla gente del pueblo ocupe los escaños, haciendo un paréntesis en sus actividades cotidianas, y acercando a las "Cámaras", y a los despachos, la frescura de la voz de la calle?
Indudablemente, resultaría un despilfarro de recursos, desperdiciar la experiencia acumulada por algunos de los expertos políticos, casi profesionales, que hoy administran nuestra existencia. Siempre se ha dicho que en el término medio está la virtud.Por todo ello es perfectamente comprensible, que los partidos políticos, utilicen procedimientos de sustitución estrictamente ordenados, y nadie se sorprende que incluso opten por repetir numerosos cabezas de lista varias legislaturas consecutivas, evitando el revuelo que supone un cambio, y aprovechando a la vez los conocimientos acumulados por sus políticos.
Y sobre aquellos políticos reacios a "dejarse suceder", que hay también casos, ¿quién no entendería, que como humanos que somos, algunos sucumban a la tentación de aferrarse al poder, y sus accesorios sintiéndose, sobre todo, indispensables?.
Y sin embargo los beneficios del relevo no son, para nada, despreciables, y hay que admitir que, en ocasiones, actúa como sabia revitalizante, que nutre de renovados impulsos un mismo proyecto. En política, como en el deporte, conviene siempre jugar con un buen respaldo, en el banquillo, y usar hábilmente del arte del cambio, decisión de indudable riesgo y, que como todos sabemos, es el momento crítico en una carrera, siempre y cuando, eso sí, se cuente con buenos relevos.
Milagrosa Carrero Sánchez
Profesora de secundaria
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