viernes, noviembre 25, 2005

´HARTISIMAS´ DE LA VIOLENCIA DE GENERO

Cada 18 segundos una mujer es maltratada y al menos una de cada cinco sufre el maltrato en casa.

Qué hartos estamos del día de tal o de cual ! Claro que mucho más hartos y hartas estamos de vernos obligados a marcar esas fechas para insistir en estos empeños de concienciación, en este caso contra esta lacra que tiene como víctimas a las mujeres y que eufemísticamente llamamos violencia de género.
El 25 de noviembre fue elegido Día internacional para la violencia de género en 1981, dentro del primer encuentro feminista de Latinoamérica, cuyas mujeres son golpeadas duramente por esta injusta situación.
Con motivo de esta fecha llevamos días asistiendo a encuestas y a debates que aparte de la buena intención de aportar su granito de arena a esta causa sirven para constatar la falta de conciencia y el desconocimiento sobre este tema, de una parte, no pequeña, de la población. Resulta evidente que divulgar las estudiadísimas causas de esta forma de violencia es otra manera más de combatirla. Y en este sentido también hemos visto y escuchado estos días a mujeres conocidas, apoyando la campaña institucional hartísimas, contra la violencia de género , y denunciando que en lo que va de año han sido asesinadas 56 mujeres en nuestro país a manos de sus compañeros o esposos, y que cada 18 segundos una mujer es maltratada según la OMS, que estima que al menos una de cada cinco mujeres sufren malos tratos en el hogar.
En este mismo periódico, el 16 de octubre leíamos un reportaje con cifras y datos, referidos a las denuncias por malos tratos, contabilizadas en Extremadura en el 2004, cifrándose en 1.025 el número de denuncias por malos tratos presentadas en los juzgados extremeños; en 64 las sentencias dictadas en Cáceres y en 200 las dictadas en Badajoz, siendo previsible, a juzgar por los datos actuales, un aumento en las denuncias para el 2005.
Si bien los fundamentos de la violencia sexista están sobradamente analizados, el problema no tiene fácil solución. Como toda forma de violencia, la sexista se produce en el marco de un desequilibrio de poder. Una guerra es una forma admitida de violencia por la que una parte, la vencedora, va a imponerle a la otra, la perdedora, sus condiciones.
En el ámbito de la convivencia doméstica, el hombre ha ostentado desde siempre, en toda la faz de la tierra, excepciones aparte, el poder, y ha utilizado la violencia contra su mujer y sus hijos al objeto de mantener su estatus, sirviéndose como soporte de la conciencia colectiva de todas las civilizaciones, y de sus normativas legales.
Si aquí en la dictadura de Franco la mujer se sometía siempre a un hombre, el cabeza de familia, y se daba el caso que las mujeres casadas jamás alcanzaban el uso de sus derechos civiles, necesitando el permiso del marido para utilizar su firma en cualquier contrato o negocio que les pudiera interesar, echando un vistazo a las leyes de los distintos países encontramos que aún hoy muchas mujeres carecen de igualdad legal frente al hombre en sus propios estados, como es el caso de las árabes o paquistaníes, por citar algunos de los más conocidos ejemplos.
La Constitución española garantiza el derecho a la igualdad de todos los españoles: en su artículo 2 trata sobre la promoción de la igualdad real entre individuos o grupos; en el 10 sobre la dignidad de la persona y los derechos inviolables que le son inherentes; en el famosísimo artículo 14 sobre la no discriminación por razón de raza, sexo, religión, y opinión; en el 23 sobre el derecho de acceder a cargos públicos en condiciones de igualdad; en el 27 sobre educación; en el 35 sobre el matrimonio; y en el 39 sobre los hijos habidos dentro y fuera del matrimonio. Pero la realidad cotidiana nos muestra otra cara que tiene su peor consecuencia en la violencia contra las mujeres. En el 2004 se aprobó la Ley Orgánica de Protección integral contra la Violencia de Género, que trata de proteger a las víctimas. Son medidas importantes pero sólo paliativas. La solución del problema radica en conseguir la igualdad real, que acabe con este desequilibrio de poder entre hombres y mujeres, contexto básico del que parte y en el que se desarrolla la violencia machista. Hay que desechar las justificaciones de los malos tratos como si fueran consecuencia del alcohol, las drogas, el paro, o la pobreza. Ni entre los pobres, ni entre los drogadictos, ni entre los alcohólicos, ni entre los parados se dan más casos de malos tratos que entre los ricos, abstemios y con estabilidad laboral. Otra cosa es que los efectos de estas estrategias agresivas produzcan situaciones más insostenibles en mujeres sin recursos por su mayor dependencia.
El maltratador, al igual que un país imperialista, usa la violencia para dominar; de ahí que en la actualidad ese consentido hábito de la violencia doméstica, que antes se desarrollaba en la intimidad del hogar, sin que nadie osara interferir, haya irrumpido bombardeando a la población femenina, justo en el momento en que las mujeres pretenden ejercer plenamente sus derechos. Y es precisamente, como respuesta a un intento de separación matrimonial por parte de la mujer, cuando se producen la mayor parte de los asesinatos conyugales. Pero, junto a las muertes, a las lesiones físicas y a los cruciales casos que llegan a reflejarse en las denuncias, hay otra realidad silenciada, disimulada y culpabilizada. Muchas de las víctimas no se atreven a contarlo , y casi nunca si los malos tratos no se traducen en lesiones visibles.
Sin embargo, la situación de violencia doméstica es más frecuente de lo que parece si consideramos la violencia psicológica, contemplada como delito en nuestras leyes, y que aunque raramente se denuncia ocasiona en las afectadas inseguridad, pérdida de autoestima, dependencia, angustia, ansiedad, depresión y otros graves deterioros afectivos. Porque ¿cuántas mujeres sufren en silencio por cada una que declara ante un juez? Por todo esto, aunque estamos realmente hartas, seguiremos cada día luchando con leyes, con campañas, con políticas nacionales e internacionales, pero sobre todo con la educación, para acabar con los malos tratos, y la vergüenza que, como miembros de una sociedad que los consiente, nos envuelve.

*Profesora de Secundaria

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