Extremadura al día
06 nov 2006
10/11/2006
Hace pocos días el Consejero de Sanidad de la Junta de Extremadura, revelaba que según la encuesta de Salud 2005 para Extremadura, 46.000 niños sufren exceso de peso en la región. Parece ser que más de la cuarta parte de los extremeños de menos de 16 años, pesan más de lo aconsejable, y los expertos alertan de la necesidad de prevenir complicaciones derivadas.
Pero, como siempre, los niños son un fiel reflejo de la propia sociedad, y cuando ellos tienden a padecer sobrepeso, no hace más que reproducir una tendencia que también se manifiesta entre los adultos, y por razones bastante paralelas.
Desde que nuestros antepasados recolectaban frutos, y cazaban trabajosamente los animales que no sabían criar, hasta nuestros días, ha llovido mucho, y sin embargo, seguimos conservando intacto nuestro cerebro primitivo de reptil, que se remonta a más de doscientos millones de años de evolución, y que aún dirige la parte más cotidiana de nuestra actividad diaria. Es el instinto básico de la supervivencia, por el cual “tiran más dos tetas que dos carretas”, y “se nos llena antes el ojo que el papo”.
Tener un frigorífico repleto de comida, que ya ni siquiera hay que cocinar, es una tentación difícil de superar para nuestro “yo” más primitivo, y si a esto le sumamos la pésima calidad alimenticia de los productos industriales, verdaderos petardos químicos, a base de cualquier cosa que cueste poco, aliñada con mucho “potenciador de sabor”, decorada con un montón de colorante, y bien aderezada con conservantes, estabilizantes, espesantes, gasificantes, todos ellos tóxicos, y grasas, por supuesto, saturadas, se entiende que el riesgo de acabar padeciendo obesidad, diabetes, o problemas cardiovasculares, sea considerable.
Pero este problema, que con una forma de vida dinámica y saludable, carecería de importancia, más bien se agiganta, por nuestros hábitos, cada día más sedentarios. Así, mientras el número de gimnasios se incrementa cual setas en otoño, queriendo compensar los escasos hábitos deportivos, de la mayoría, pocos son los que logran encajar en su jornada diaria, esa práctica sistemática de un deporte, o ese ratito de paseo, a buen ritmo, tan insistentemente recomendado por los médicos. Supongo que el problema es la falta de tiempo, y si quitas el de sueño, el de trabajo, el de trayecto hasta el “curro”, a veces a varias horas de “distancia” del hogar, el de las comida, y los ratos necesarios para atender la casa, la compra, llevar a los niños a las actividades extraescolares, asistir a las reuniones de padres, a las de la comunidad de vecinos, etc, etc, ¿cuándo vamos a hacer ejercicio?.
Con este ritmo de vida no me extraña que algunas empresas en países orientales, incluyan en su jornada laboral el correspondiente tiempo de gimnasia, para empezar bien el día.Pero que los mayores no logremos evitar alimentarnos incorrectamente, y hacer una vida sedentaria, no debería ser un pretexto para consentir que los niños, crezcan en estas mismas condiciones. Y sin embargo, nuestros hijos, entre las clases, los deberes, y las múltiples actividades extraescolares, lo tienen casi peor que nosotros. Pues mientras la ávida publicidad aprovecha el permisivo marco legal para cebarse en niños, adolescentes, y jóvenes, presa fácil, induciéndolos a consumir toda clase de bollería, y preparados industriales alimenticios, un sin fin de razones añadidas, los ha convertido en los grandes consumidores de las cadenas de comida rápida. Para más “INRI”, la propia forma de vida no hace más, que dificultar sus posibilidades de realizar ejercicio físico. Y no es que no haya ocasiones, que abundan, es que tampoco tienen tiempo.
En efecto, nuestra generación ha condenado a sus hijos a pasar los 25 primeros años de sus vidas, entre libros y ordenadores, la mayor parte del tiempo, cuando no, ocupados con clases, estudios, deberes, y actividades extraescolares, y por si fuera poco, prodigamos en su dieta los cómodos y, frecuentemente dañinos “precocinados industriales”. Sin contar las dos horas semanales de la asignatura de educación física, sólo los niños más afortunados, disfrutan de otro par de horas de algún deporte, tiempo que restan de otras posibles actividades, y del propio ocio, inexistente los diarios, y siempre y cuando, alguno de sus progenitores renuncie a ese tiempo vespertino, que podría permitirle justamente, hacer una vida más sana.
¿Cuál es la solución? ¿Hacer campañas de concienciación, educar, o cambiar los esquemas en ese camino que nos ha llevado de ser nómadas a convertirnos en peligrosamente sedentarios?
Milagrosa Carrero Sánchez
Profesora de secundaria
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