LA Federación de Asociaciones de Celiacos se dispone a conmemorar el próximo sábado el Día Internacional del Celiaco. Se calcula que en España el número de celiacos es de 300.000, aunque sólo están diagnosticadas un 10% de las personas que padecen esta dolencia, que consiste en una intolerancia permanente y absoluta al gluten, proteína que se encuentra en ciertos cereales -trigo, avena, centeno y cebada- y que desencadena en estos enfermos reacciones inmediatas como la diarrea y alteraciones a medio plazo como la desnutrición, por deterioro del intestino, llegando incluso a ocasionar la aparición de tumores a un plazo más largo.
La dieta del celiaco es rigurosa y muchos de ellos sueñan con el día en que se descubra un medicamento que, como la insulina a los diabéticos, les permita transgredir aunque sólo sea esporádicamente el régimen, único tratamiento que hoy por hoy existe para esta enfermedad, cuyos síntomas se conocen desde la antigüedad, pero cuyo funcionamiento no se ha descubierto hasta hace poco más de medio siglo.
Sumergidos como estamos en la civilización del trigo, cualquiera entiende que el celiaco no pueda comer pan, galletas, pasteles, pastas, pizzas, bizcochos o harina elaborados con este cereal; pero el problema va más allá, pues resulta que al menos el 80% de los productos manufacturados contienen gluten, y me refiero a la mayoría de embutidos, turrones, chocolates, tomate frito, postres lácteos, condimentos y alimentos precocinados en general, frecuentemente elaborados con harinas, espesantes y almidones que contienen esta proteina, ocasionando al celiaco un importante efecto en su vida social por un lado y en su economía, por otro. Esta circunstancia obliga a los celiacos a consumir alimentos específicos, muchos de ellos básicos, como el pan, las pastas o los dulces, especialmente elaborados para ellos, normalmente con harinas de maíz, o de arroz, que de venta exclusiva en herboristerías -últimamente también en las secciones de dietética de los grandes hipermercados- multiplican por 10 o por 20 el precio de sus equivalentes convencionales. Así, un kilo de pan de trigo que cuesta 1,40 euros aproximadamente, sin gluten sale por 9,75 si es blanco y 19,50 euros si es tostado. Pero el problema no acaba ahí, ya que si nos ceñimos a los productos manufacturados la falta de una normativa legal que obligue a especificar en las etiquetas ingredientes como el gluten, y el escaso control oficial sobre la presencia de esta proteína condiciona a los afectados a consumir con cierta garantía sólo un 20% de los alimentos procesados industrialmente incluidos en una larga lista de alimentos sin gluten, continuamente actualizada por la FACE, que generalmente se refiere a productos de calidades extra y nunca de 'marcas blancas', con lo que sus precios suelen resultar relativamente caros.
Según el Informe de Precios 2006, de la Federación de Asociaciones de Celiacos de España (FACE), una familia con un celiaco entre sus miembros incrementa la cesta de la compra 33,08 euros a la semana, 146,49 euros al mes, y 1.757,91 euros al año por encima de una familia sin esta carga, lo que es tenido en cuenta en muchos países europeos donde los afectados por esta intolerancia reciben una asignación mensual para hacer frente a estos gastos, cuando no les ampara una desgravación fiscal o una rebaja del producto mediante la expedición de recetas. En España, donde aún se considera un lujo que el celiaco coma pan, galletas o macarrones, ningún gobierno ha adoptado medidas que protejan a este colectivo, garantizando su derecho a una alimentación completa.
A pesar de que se empiezan a ver empresas privadas y entidades públicas que conceden ayudas a los celiacos para cubrir una parte de los gastos ocasionados por la dieta sin gluten, la conciencia social sobre este problema es aún mínima en muchos ámbitos. Así, la Iglesia católica todavía se niega a administrar la hostia consagrada sin gluten mientras en la mayoría de los comedores escolares, campamentos juveniles y -lo más chocante aún- no pocos hospitales todavía carecen de menú alternativo para el castigado celiaco, siempre con su libro a cuestas, siempre consultando los ingredientes de las 'chuches', de los helados, de las medicinas... siempre explicando el problema en los restaurantes o cuidando que no le salpiquen migas en la comida: Ni más ni menos que vivir sin gluten.
La dieta del celiaco es rigurosa y muchos de ellos sueñan con el día en que se descubra un medicamento que, como la insulina a los diabéticos, les permita transgredir aunque sólo sea esporádicamente el régimen, único tratamiento que hoy por hoy existe para esta enfermedad, cuyos síntomas se conocen desde la antigüedad, pero cuyo funcionamiento no se ha descubierto hasta hace poco más de medio siglo.
Sumergidos como estamos en la civilización del trigo, cualquiera entiende que el celiaco no pueda comer pan, galletas, pasteles, pastas, pizzas, bizcochos o harina elaborados con este cereal; pero el problema va más allá, pues resulta que al menos el 80% de los productos manufacturados contienen gluten, y me refiero a la mayoría de embutidos, turrones, chocolates, tomate frito, postres lácteos, condimentos y alimentos precocinados en general, frecuentemente elaborados con harinas, espesantes y almidones que contienen esta proteina, ocasionando al celiaco un importante efecto en su vida social por un lado y en su economía, por otro. Esta circunstancia obliga a los celiacos a consumir alimentos específicos, muchos de ellos básicos, como el pan, las pastas o los dulces, especialmente elaborados para ellos, normalmente con harinas de maíz, o de arroz, que de venta exclusiva en herboristerías -últimamente también en las secciones de dietética de los grandes hipermercados- multiplican por 10 o por 20 el precio de sus equivalentes convencionales. Así, un kilo de pan de trigo que cuesta 1,40 euros aproximadamente, sin gluten sale por 9,75 si es blanco y 19,50 euros si es tostado. Pero el problema no acaba ahí, ya que si nos ceñimos a los productos manufacturados la falta de una normativa legal que obligue a especificar en las etiquetas ingredientes como el gluten, y el escaso control oficial sobre la presencia de esta proteína condiciona a los afectados a consumir con cierta garantía sólo un 20% de los alimentos procesados industrialmente incluidos en una larga lista de alimentos sin gluten, continuamente actualizada por la FACE, que generalmente se refiere a productos de calidades extra y nunca de 'marcas blancas', con lo que sus precios suelen resultar relativamente caros.
Según el Informe de Precios 2006, de la Federación de Asociaciones de Celiacos de España (FACE), una familia con un celiaco entre sus miembros incrementa la cesta de la compra 33,08 euros a la semana, 146,49 euros al mes, y 1.757,91 euros al año por encima de una familia sin esta carga, lo que es tenido en cuenta en muchos países europeos donde los afectados por esta intolerancia reciben una asignación mensual para hacer frente a estos gastos, cuando no les ampara una desgravación fiscal o una rebaja del producto mediante la expedición de recetas. En España, donde aún se considera un lujo que el celiaco coma pan, galletas o macarrones, ningún gobierno ha adoptado medidas que protejan a este colectivo, garantizando su derecho a una alimentación completa.
A pesar de que se empiezan a ver empresas privadas y entidades públicas que conceden ayudas a los celiacos para cubrir una parte de los gastos ocasionados por la dieta sin gluten, la conciencia social sobre este problema es aún mínima en muchos ámbitos. Así, la Iglesia católica todavía se niega a administrar la hostia consagrada sin gluten mientras en la mayoría de los comedores escolares, campamentos juveniles y -lo más chocante aún- no pocos hospitales todavía carecen de menú alternativo para el castigado celiaco, siempre con su libro a cuestas, siempre consultando los ingredientes de las 'chuches', de los helados, de las medicinas... siempre explicando el problema en los restaurantes o cuidando que no le salpiquen migas en la comida: Ni más ni menos que vivir sin gluten.