viernes, marzo 31, 2006

DONDE COMEN DIEZ NO COMEN CIEN

La capacidad de España para integrar a los inmigrantes tiene un límite, que se tiene que medir, por difícil que resulte y para que el inmigrante tenga asegurados idénticos servicios que la población local.

MILAGROSA Carrero (31/03/2006)


El domingo pasado han comenzado las repatriaciones de inmigrantes ilegales, con la expulsión de 50 subsaharianos llegados a Canarias, que han volado desde Fuerteventura a Nouadibú, para viajar hasta sus países de origen: Senegal y Mali.
Por su parte, las autoridades marroquíes han expulsado a los 160 subsaharianos, 36 argelinos, y un yemení sin papeles , detenidos en su territorio entre los días 17 y 24 de marzo, que se suman a las 1.169 personas expulsadas a Argelia, desde el mes de enero, acusadas de intentar pasar clandestinamente a España.

La situación es preocupante, y el Gobierno español ha logrado en una reunión, mantenida en Alemania, que los países del G-7 --Alemania, Francia, Italia, Polonia, Reino Unido, y España-- apoyen la propuesta española de crear inmediatamente una red de Oficiales de Enlace, coordinada desde las Islas Canarias, que permita compartir la información , mejorando los mecanismos de lucha contra las redes de tráfico ilegal que operan en Mauritania, Nigeria, Senegal, Ghana, etcétera.

No hace ni medio año, desde esta misma página, mostraba mi desolación ante las avalancha de inmigrantes que, víctimas de la desesperación, asaltaban las vallas de Ceuta y Melilla, indignándome por la desidia internacional que ha permitido la penosa situación de los países africanos. Hoy sigo entristeciéndome ante la angustiosa incertidumbre de una población que huye de la miseria, la enfermedad, la guerra y el hambre. Pero, a pesar de los pesares , y aunque mi mayor deseo sería poder acoger a todos los inmigrantes que quisieran venir, tengo que reconocer, por antipático que resulte, que ni Europa ni España son un pozo sin fondo.

Siempre se ha dicho que donde come uno, comen dos, o que donde comen nueve comen diez, yo diría que hasta quince, si como los osos en invierno, vegetan. Es difícil calcular cuántas personas pueden compartir cada día su ración de alimento sin menoscabo para la salud de ninguna de ellas, porque la cantidad de calorías necesarias para sobrevivir depende del consumo energético de cada una, pero está claro que existe un umbral de ingesta de nutrientes por debajo del cual no es posible la vida. Del mismo modo, contabilizar el número de inmigrantes que España, y Europa, pueden acoger en condiciones dignas, no debe ser tarea fácil, pero es indispensable. De nada sirve que los pueblos africanos se trasladen al Viejo Continente para seguir viviendo en la misma miseria, y arrastrarnos a nosotros en su caída. Estoy convencida de que la inmigración es buena para todos, pero sólo dentro de los límites de lo materialmente posible.

Hemos logrado un estado de bienestar que nos proporciona infinidad de servicios como camas hospitalarias, plazas de estudiantes, residencias geriátricas, ambulatorios, juzgados, policías, profesores, autobuses, o energía. Esto supone un gasto fijo permanente por habitante. Un incremento de la población previsto y asumido en un presupuesto capaz de financiar los servicios, y la construcción de las infraestructuras necesarias, no supone un desequilibrio, sino un enriquecimiento. Pero para que eso sea posible, y siento mucho tener que decirlo, la inmigración debe medirse.

El gobierno socialista ha actuado con toda la generosidad que este país se puede permitir, asumiendo, a su llegada al poder, la regularización de más de medio millón de trabajadores en situación irregular, que estaban siendo explotados, en unas condiciones deplorables para ellos y sus familias. Esta normalización garantiza la equiparación de los inmigrantes a la población local a efectos de servicios, como la sanidad o la educación, y proporciona, a un tiempo, a la Hacienda Pública, las aportaciones derivadas de las nuevas cotizaciones a la Seguridad Social, a la vez que evita la competencia desleal entre los trabajadores.

Pero la capacidad de España, y de Europa, para integrar a los inmigrantes, tiene un límite, que se puede y se tiene que medir, por difícil que resulte. Es necesario que los flujos migratorios estén previstos, si queremos que cada inmigrante tenga asegurados idénticos servicios que la población local. Donde comen diez, no comen cien , y el gobierno español, junto con los europeos, tienen que estudiar las posibilidades reales de acogida de los países receptores, para marcar ese límite, fuera del cual tendrán que evitarse las inmigración masiva, aunque haya que hacer repatriaciones, a pesar nuestro, y combatir el problema en su raíz que no es otra que el subdesarrollo y el hambre del Tercer Mundo.

*Profesora de Secundaria
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo nunca las he visto tan bien puestas como ESTAS...