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domingo, febrero 24, 2008

De blanco y por la iglesia

A menos de un mes de vida de Cáceres Laica y gracias a mi papel de madre de la criatura, he tenido la oportunidad de analizar las diferentes reacciones de los cacereños con respecto a un tema tan importante como la separación de la Iglesia y el Estado, llegando a la conclusión de que el poderoso apoyo popular que esta iniciativa ha despertado sólo puede deberse a que el terreno estaba ya abonado y muchos esperaban como a "agua de mayo" la ocasión para manifestar su posición laicista.
La gente que me conoce me ha parado por la calle para decirme sus diversas opiniones, y algunos hasta me han hecho reír como un licenciado universitario que me preguntó que era eso del laicismo, u otra compañera de secundaria que, a mi invitación a participar, me respondía: "A mi me gustan más "las bodas por la iglesia". A mi compañera y a todos aquellos que piensen que el laicismo se opone a las ceremonias religiosas, bodas, bautizos, o funerales quiero sacarlos de su grave error. El laicismo no pretende imponerle a nadie la comunión o no con una determinada religión o doctrina, sino al contrario, defiende precisamente la libertad individual de cada cual para elegir como se casa, como se entierra, o como da el salto a la pubertad.
Los laicistas defendemos la libertad de conciencia individual dentro de un estado laico, y sencillamente aspiramos a que la aconfesionalidad recogida en nuestra Constitución se materialice en una sociedad donde las distintas opciones religiosas sean verdaderamente libres, y no se perpetúe la actual situación de privilegio de la iglesia católica con respecto al resto de los grupos religiosos y las asociaciones.
Así pues, queridos amigos míos, defendemos, entre otras cosas, la autofinanciación de la Iglesia Católica, la eliminación de la enseñanza religiosa del horario lectivo de primaria y secundaria, y la igualdad de todos frente a la Ley, pero como ya sabréis la mayoría, no entramos ni salimos en que alguno se case o se descase, si quiere, ante un altar, de blanco o por la iglesia.

martes, mayo 08, 2007

Turquía entre dos mundos

04/05/2007

Este país, cuya democracia data de 1923, miembro de las Naciones Unidas, de la OTAN, de la OCDE, y del Consejo de Europa, y que aspira a formar parte de la Unión Europea, no parece dispuesto a dejar que sea arrollado el principio de Estado laico, sobre el que se asienta su Constitución.

Tras la crisis de Gobierno desatada por el fracaso del islamista Abdulá Gül , en su intento de alcanzar el respaldo parlamentario, el temor a una creciente islamización del Estado ha sacado al pueblo a la calle, mientras sus representantes, ahora en la oposición, han recurrido al Tribunal Constitucional utilizando todos los recursos legales a su alcance, para que no se fuerce una investidura del islamista, que de hecho no ha conseguido la mayoría de dos tercios de la Cámara que la ley exige.

Más taxativo ha sido el ejército que, posicionándose con el sector pro-OTAN que ampara y defiende la laicidad del Estado, ha dicho que intervendrá "si se vulneran los principios constitucionales que marcan una clara separación entre religión y Estado".

ESTE ES el resultado de unas elecciones democráticas en un país libre, y entrecomillo el término democráticas porque no sería la primera vez que en unos comicios teóricamente democráticos hubiera alcanzado el poder un partido radical que impusiera prácticas absolutamente antidemocráticas, y acabara con la igualdad y las libertades. De ahí la importancia de una buena ley de partidos que impida la participación electoral a aquellos grupos que no acepten el sistema, a pesar de que su aplicación, aunque lo parezca a posteriori, no sea nada sencilla, y aun menos, cuando la mitad del electorado pertenece a este colectivo.

Turquía se agita entre dos aguas, las de Europa y las del mundo islámico. Mientras los grandes capitales del país respaldados por el grueso de los campesinos, aferrados a la tradición, apoyan el regreso de un Estado islamista, la otra mitad de la población, funcionarios, militares y la gran clase media, defienden desesperadamente la laicidad del Estado.

Para Europa Turquía es el dique de contención de un integrismo islámico, incompatible con nuestros planteamientos de igualdad, y de separación de los poderes civil y religioso en que nos basamos, pero es también su principal socio comercial.

Una islamización del Estado, alejaría a Turquía definitivamente de los principios sobre los que asentamos el estado democrático, y daría, en cualquier caso, al traste con sus posibilidades de integración en la Unión Europea, cuyos indudablemente simbióticos beneficios derivados quedarían bloqueados.

Me comentaba un amigo la emoción que le causaba el desesperado clamor de la mitad laicista de la población turca ante el riesgo de perder su sistema de libertades, toda una lección de lucha por la democracia a los adormecidos, en su bienestar, pueblos de Europa. Una emoción que yo, sin despreciar el impacto económico de una posible involución turca, también comparto.

Pero si una cosa tengo clara es que Europa tiene que apoyar incondicionalmente a los hombres y mujeres de Turquía que hoy defienden su Carta Magna.

No podría permanecer, aunque quisiera, indiferente ante estos cambios. Una mezcla de tristeza, de admiración y de miedo me aproxima a estos turcos, hombres y mujeres, que son ya parte de Europa, y especialmente a estas últimas, para cuyos derechos espero todo el apoyo internacional que se merecen, que se están ganando, y que su dignidad humana les confiere.