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sábado, mayo 19, 2007

Padres maltratados

16 may 2007

Víctimas y verdugos, cada día saltan a los medios de comunicación más casos de adolescentes y jóvenes, cuando no niños, que levantan sus manos inocentes contra sus propios progenitores.

Ha sido la desesperada solicitud de unos padres de Gijón al Gobierno asturiano para que se haga cargo temporal de la custodia de su hija de trece años por sentirse incapaces de educarla, la que ha desencadenado la polémica.
El caso de esta adolescente, Susana , no es tan extraordinario como podría parecer, y se refleja en los análisis de la fundación PRODENI (Pro Derechos del Niño y la Niña) --organización española, no gubernamental, y sin ánimo de lucro, que tiene su sede central en Málaga--, en los cuales se plasma el progresivo aumento del número de padres maltratados por menores, que ha pasado del 12% durante el periodo comprendido del 1997 al 2000, a un 28%, sólo entre el 2002 y el 2003.

Son padres sometidos a desobediencia, menosprecio, burla, voces, chantajes, humillaciones, y hasta a agresiones físicas, en los casos más lacerantes, por parte de sus vástagos, niños maleducados generalmente, que acostumbrados a permitirse elementales gestos violentos desde edades tempranas, pueden evolucionar a otros de mayor gravedad si no se corrigen a tiempo.

Los casos contabilizados son la punta del iceberg de un problema más amplio, del que oímos quejarse diariamente a gran parte de los padres actuales, una generación que nos criamos convencidos que de que cuando fuéramos padres comeríamos huevos , y que hemos querido evitar a nuestros hijos, no sé con cuánto acierto, la estricta disciplina y la austeridad con que nos educaron a nosotros. Esos padres que, aunque en su infancia, iban al colegio cargados de libros, a veces sin cartera, ahora os encontraréis acompañando y recogiendo a los niños hasta, y desde, la puerta del colegio, para que ni siquiera les pese la mochila, los mismos con los que coincidiréis por las tarde cuando acompañan a sus hijos a las actividades extraescolares, padres abnegados que se comportan con los hijos como camareros , por no decir como criados, y hasta como esclavos, y que frecuentemente renuncian a cubrir sus propias necesidades para que al niño no le falte la última videoconsola, el último móvil o el último ordenador.

POR ALGUN mecanismo que no me atrevo a precisar hemos pasado de la zapatilla en el culo y la regla en la mano, con que cualquiera podía castigar al niño en anteriores generaciones, a situarlo en una especie de burbuja intocable desde donde una cierta impunidad le permite hacer y deshacer a su antojo.

Por añadidura, si antes la educación era un compromiso de toda la comunidad y cualquiera se permitía reprender o corregir a los menores, a veces con un cachete , ahora nadie osaría increpar a un niño por la calle aunque lo vea haciendo algo malo o peligroso, como fumar o beber. La educación ha pasado a considerarse responsabilidad exclusiva de padres y maestros .

Tampoco está ya en manos de padres y educadores el control de los mensajes educativos que recibe el niño. En efecto hay un antes , del desarrollo de los medios de comunicación de masas, cuando los niños escuchaban cada día los mismos mensajes, repetidos hasta la saciedad, por cada uno de los vecinos y familiares, y un después , donde nadie podría determinar cuántos mensajes recibe un niño, ni aun menos sus contenidos, en solo 24 horas de su vida cotidiana. Desgraciadamente sí estamos en posición de asegurar que gran parte de ellos son violentos y fomentan las formas más agresivas de competitividad. Ni qué decir tiene que en su abundancia y variedad han de ser además necesariamente contradictorios. Nada menos educativo.

Y así nos encontramos que sin herramientas coercitivas de tipo alguno ni el más mínimo control sobre la información que llega a las infantiles mentes de nuestros niños, nunca hasta ahora los padres hemos tenido tan difícil educar a un hijo. Y un día nos vemos obedeciendo sus órdenes y otro aguantando sus desprecios sin tener muy claro a dónde acudir ni cómo solucionarlo sin ayuda. Son problemas nuevos que requieren soluciones diferentes, si es posible en la raíz del problema, el contenido de la información, y ofreciendo, como tratamiento sintomático, terapia familiar gratuita como un servicio público más. Un plan de choque, una estrategia global, que invierta la tendencia, y nos evite convertirnos en padres maltratados.

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sábado, abril 21, 2007

Niños o responsables?



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El Periódico extremadura
21/04/2007

Extremadura al día
18 abr 2007

MILAGROSA Carrero

El torero cacereño de 14 años Jairo Miguel ha tenido que ser conectado, durante varios días, a un respirador artificial tras la grave embestida sufrida en Méjico". Este es el titular, y la alarma que nos causa no es por la excepcionalidad de lo que podríamos considerar como uno de tantos desgraciados accidentes laborales . Mucho más nos sorprende la edad del diestro.

A las páginas de opinión ha saltado la polémica sobre los niños toreros , y yo sería partidaria de ampliarla a los niños corredores de motos , a los niños deportistas de élite , a los niños artistas , a los niños obreros, y en general, a todos los niños que forman la excepción a, lo que consideramos, la norma general en que deben encuadrarse las actividades de niños y jóvenes.

Técnicamente cada país admite unas edades mínimas laborales distintas, por lo que prescindiendo de otros planteamientos legales, voy a referirme a la explotación infantil, en términos exclusivamente morales.

No meto deliberadamente en el mismo saco a los niños prodigio del deporte, como lo fue en su día Dani Pedrosa que con 14 años --y siendo todo un experto-- corrió ya el mundial de motociclismo de 125 cc, y a los niños trabajadores que pican en las minas de diamantes, tejen alfombras en Pakistán, o fabrican juguetes en la India. Ni siquiera a los niños de la guerra , mal llamados mercenarios. Sencillamente tienen algo en común que no podemos olvidar: su minoría de edad.

Y COMO estoy pensando en la protección del menor, me preocupan desde los niños y las niñas explotados por la imperiosa necesidad de la supervivencia, como aquellos otros cuyas circunstancias familiares les permitirían fácilmente crecer en un ambiente saludable, y a pesar de lo cual son sacrificados por sus padres a cambio de objetivos que casi siempre vienen a satisfacer las propias necesidades de los progenitores.

Si digo que en el mundo trabajan 250 millones de menores, muy pocos alcanzarán a imaginar la cantidad de ciudades como Madrid, o como Cáceres o Badajoz, por ejemplo, que podríamos llenar únicamente con los niños y adolescentes que representan dicho colectivo, pero menos aún se imaginarían que 180 millones de estos pequeños, la mayoría de los cuales no ha cumplido los 10 años, y muchos de los cuales apenas supera los 5, trabajan en régimen de esclavitud, servidumbre por deudas, son prostituidos, o utilizados como soldados.

Miro a mi hija de 14 años, a la que procuro proporcionar toda las oportunidades que nuestro entorno nos ofrece sin dudar --como la mayoría de los padres que conozco--, en sacrificar mis propios intereses a sus necesidades, y observo con cierto complejo de culpa el espectáculo de aquellos otros progenitores a los que, a pesar de los programas de la OIT para erradicar el problema de la explotación infantil, que suele coincidir con el de la pobreza, no les queda otro remedio que poner en manos de sus pequeños la propia subsistencia familiar. Los compadezco. Lo que me cuesta trabajo comprender es que niños del primer mundo, donde el Estado es responsable subsidiario de su manutención y formación, donde la cobertura sanitaria no tiene resquicios, y donde la educación es obligatoria y gratuita, podamos encontrar tantos niños que son privados por sus propios padres de un entorno adecuado para su formación integral como personas, y marcados desde su infancia .

Porque desde mi múltiple perspectiva de madre, profesora y ciudadana entiendo que la protección de los menores debe abordarse a todos los niveles. Todos conocemos casos en que a algunos desgraciados se les ha quitado a sus hijos porque no pueden atenderlos, y lo aceptamos. Lo que no llego a comprender es por qué, en cambio, dejamos que, por encima de las leyes españolas, más o menos transigentes, algunos padres --independientemente de que sus errores nazcan de buenísimas intenciones-- exploten a sus hijos en actividades que incluso se prohíben en nuestro país a ciertas edades. Es más ¿Por qué permitimos que menores que legalmente están en edad de escolarización hasta los 16 años, anden de plaza en plaza, de circuito en circuito, de escenario en escenario, llegando a convertirse en niños totalmente desintegrados del entorno? Y no me vale que me digan que es lo que quiere el niño , porque hablamos de niños, y el niño nunca es el último responsable.