No ha sentado nada bien entre los anti-taurinos el galardón otorgado por la Junta de Extremadura al torero Ferrera , una reacción, por otro lado, tan previsible como consecuente con los propios fines del colectivo.
Soy capaz de comprender la indignación e impotencia que suscita la entrega de determinados premios a personas o colectivos a los que consideramos agresores nuestros. Me sentí así cuando le fue entregado a Francisco Umbral , un machista recalcitrante que en numerosos escritos ha hecho gala de su misoginia incitado a la violencia contra la mujer, el Premio Cervantes del 2000. Recuerdo que aunque esto no impidió dicha entrega hubo manifestación ante la sede de la Real Academia de la Lengua Española en Madrid como protesta. Algunos opinamos que el arte, la cultura, la ciencia y la tecnología deben estar al servicio de la humanidad, y no en su contra.
Aun más lacerante me resultó la reciente entrega de el Toisón de Oro, la más alta distinción del Estado español, al rey Abdalá de Arabia Saudí, un país en el que no se respetan los derechos humanos de la mujer. La Red Feminista y la Fundación Mujeres hicieron público su desacuerdo. Yo personalmente aun no he logrado superar mi indignación por tan incomprensible distinción.
Pero volviendo al caso que nos ocupa, creo que el debate central no está en lo acertado o no de premiar a un torero, si no en el hecho en sí de los festejos taurinos , más de 2.000 al año, en los que se sacrifican unos 11.000 toros y vacas de lidia, raza que debe su existencia precisamente a capeas, corridas, y encierros, y cuya desaparición acarrearía muy probablemente la extinción de dicha especie.
LOS DEFENSORES de la fiesta de los toros alegan la importancia económica del sector taurino como industria, su potente atractivo turístico, y su arraigo en las más profundas raíces de nuestra cultura.
Efectivamente la fiesta de los toros no deja indiferente a nadie. Despierta pasiones que van desde el amor al odio, y desde el deseo hasta el desprecio. Personajes como Ernest Hemingway y Orson Welles han quedado seducidos por su hechizo. Otros en cambio detestan la violencia gratuita e innecesaria a la que se somete al toro, para ofrecer un simple espectáculo, y protestan por el maltrato infligido al astado antes de darle muerte.
A mí el sufrimiento animal también me preocupa, pero por una cuestión de prioridades me importa en primer lugar el de los animales racionales, sometidos a interminables, y prorrogables padecimientos en las camas de los hospitales antes de morir. Hablo de algo tan deseable para todos como evitar el sufrimiento de las personas que están agonizando, llámese muerte asistida o eutanasia, como mejor os suene.
En cuanto al sufrimiento del resto de los animales, y sin despreciar el de los toros, aunque valorando que sólo se le inflige durante unas horas, a cambio de una vida de lujo en la inmensidad de las dehesas, me perturba mucho más la imagen de esas pobres gallinas ponedoras, enjauladas de por vida en celdas tales que han de permanecer toda su existencia en la misma posición, sin posibilidad material de llegar alguna vez ni a girarse, con el único fin de abaratar costes. Y sin embargo nos consta que este inhumano sistemas de producción de huevos, que hacina a las ponedoras en apretadas jaulas, --insisto-- de por vida, ha dado de comer a mucha gente, salvando probablemente vidas, por abaratar considerablemente el precio del producto.
Con todo, tan solo es un simple ejemplo de una larga lista de animales que padecen encierro y maltrato a lo largo de sus vidas, en granjas industriales de producción ganadera en régimen intensivo, cuyo único fin es vender, buscando una reducción del precio final del producto, que no afecte a su aparente calidad, ni por supuesto comprometa su margen comercial.
¿Y qué decir de los sufrimientos innecesarios de los animales, amontonados en su transporte como fardos durante penosos trayectos a los que a veces no logran sobrevivir?
Premiar a un torero, a un cazador, o al dueño de una granja de gallinas ponedoras, puede que no sea una decisión diplomática que digamos, pero discriminarlos hipócritamente por sus actividades legalmente permitidas aplicando una especie de doble moral tampoco sería razonable.
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