miércoles, julio 25, 2007

Inocentes, pero perros


Anoche la temperatura era perfecta, y el ambiente nocturno, con ese continuo burbujeo de gente callejeando al alivio de la noche estival, rezumaba el grado justo de animación que no llega a romper la pacífica armonía del entorno. Nuestra ciudad puede ofrecernos gratificantes experiencias, como disfrutar de sus cálidas noches desde alguna terraza, que haríamos bien en aprender a vender.

Ayer mismo me deleitaba y, ya anocheciendo, en una terraza de San Juan, concentrada entre la fresca sensación de la cerveza en mi boca, la acogedora suavidad de la nocturna luz de las farolas, y la amena conversación de la compañía, cuando un caniche enano, de relucientes rizos, se acercó a olisquearme, y antes de que se me ocurriera ningún gesto elegante con que evitarlo me había lamido ambas rodillas. Tuve suerte de que no me chupara las manos, impidiéndome consumir las apetitosas tapas que acababa de pedir, o lo que es peor, metiera el hocico en la comida, porque el dueño del animal, como si no hubiera roto un plato, se limitó a no mirar, "por si acaso...", y a llamarlo tímidamente.

Aquella misma mañana me había cruzado con un "perráncano" suelto y sin bozal, a la altura de Camino Llano, que nada tenía que ver con el entrañable, aunque molesto, perrito de la terraza, pero que como él iba incumpliendo toda la normativa correspondiente, y a varios metros por detrás de su amo, a pesar de pertenecer a las razas clasificadas legalmente como peligrosas.

No sé si se exagera cuando se dice que el perro es el mejor amigo del hombre, y pocos niegan que estos inseparables compañeros de la especie humana puedan llegar a reunir todas las cualidades que deseamos en un amigo, un hermano, o hasta en un hijo. Sin embargo, dentro de su inocencia los animalitos hacen uso de su cuerpo sin responsabilidad, y a veces muerden o transmiten parásitos y enfermedades, más o menos serias, en prevención de lo cual existe una normativa sobradamente transigente que protege al ciudadano no ya de un ataque inesperado, si no incluso del miedo, pero que raramente se hace cumplir.

No puedo comprender por qué se admiten las restricciones al uso de armas --a nadie se le ocurre pasearse con su escopeta por la calle--, y sin embargo hacerse acompañar por un animal suelto y sin bozal, capaz de causar tanto daño como un arma. Es una práctica tan habitual que parece natural que los miedosos tengan que cruzar la calle para que el animal no se desvíe, mientras los responsables hacen la vista gorda.

En mi barrio es raro el vecino que no tiene perro. Los hay de todas las razas y colores, y a la hora del paseo vespertino hay cada "perrazo" suelto por la calle que muchos padres no se atreven a dejar que sus hijos salgan a jugar libremente. Confieso que a mí me da miedo ir a tirar la basura sola por la noche. Y sin embargo sus amos invierten un presupuesto nada despreciable en veterinario, lo que demuestra que son sensibles a las especiales necesidades que impone la convivencia con caninos, y capaces de mejorar los viejos hábitos.

En una ciudad que aspira a la capitalidad cultural del 2016, imponer sanciones exigiendo el cumplimiento de la Ley a este tipo de desaprensivos infractores, que hacen sistemáticamente de la calle su finca particular, es una práctica que se ha evitado hasta ahora. Los perros han campado durante años por sus cabales, los jóvenes aprenden a montar en moto en los parques, y a conducir en coches no autorizados, por las calles poco transitadas, y de mano de algún familiar. Todo va bien mientras no pasa nada. Sólo la sangre parece hacernos reaccionar de nuestra desidia. Y mientras tanto, y hasta hace nada, para ver un policía municipal había que irse al mercado franco los miércoles por la mañana.

Al nuevo gobierno municipal, que apenas ha tenido tiempo de relacionar las carencias heredadas de la ciudad, no le va a ser fácil subsanar los vicios heredados.

Una ciudad con aspiraciones culturales y turísticas, tiene que estar limpia y ser segura, es más, la gente tiene que sentirse segura en ella.

Porque es cierto que los perros no son responsables de sus actos, y que muchos no parecen capaces de matar a una mosca. Es verdad que son inocentes, y que a veces parecen mejores que las personas, pero lo cierto es que ni van al colegio, ni trabajan, ni juegan a la lotería, porque al fin y al cabo son perros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los animales son seres vivos y no papel, tienen sentimientos y necesidades, las personas si son malas por eso hay tantas prisiones y el mundo esta lleno de personas que hacen comentarios de este tipo preocupandose del paseo de un perro y no de lo que realmente es peligroso para esta sociedad, como los yonkis, los maltratadores, los borrachos, los imprudentes al bolante,etc etc, tantas y tantas cosas preocupantes hay como para fijarse en esta minuncia.