04/06/2007 Dicen que no hace tanto un mono podría atravesar la península Ibérica saltando de árbol en árbol sin tocar el suelo. Eso era antes de que la costa estuviera superpoblada, y las grandes urbes salpicaran el mapa de la piel de toro. Antes de que Europa se convirtiera en un gigante punto iluminado en la oscuridad de la noche, y antes incluso de que la deforestación amenazara con la extinción de los grandes bosques tropicales del planeta.
En vísperas del Día de la Tierra, que se festeja mañana, 5 de junio, comprobamos, ya en las reuniones preparatorias de la futura cumbre del G-8, la inútil lucha de Alemania --que este semestre preside la UE-- para que el país más industrializado del planeta, que no es otro que EEUU, se comprometa a recortar sus emisiones de dióxido de carbono a partir del 2012, dentro del marco del protocolo de Kioto.
Se discute sobre las causas del cambio climático y sobre el impacto ambiental del mundo desarrollado, pero no hace falta estudiar una ingeniería para darse cuenta de que la piel de la Tierra se resquebraja y cambia a un ritmo verdaderamente vertiginoso, que escapa a nuestro control, y sin que nadie sepa con certeza hasta qué punto este deterioro pueda llegar a ser irreversible para el planeta. Carreteras, autopistas, tendido eléctrico, y redes ferroviarias surcan la superficie, e inmensas aglomeraciones urbanas iluminan el perfil de las costas y convierten en verdaderos faros nocturnos a las grandes urbes cada noche.
SIN LUGAR a dudas la superpoblación es el problema más grave que acucia al planeta. La población mundial aumenta a un ritmo tan alarmante que tras tardar 16 siglos para duplicarse hasta 500 millones, hace 2.000 años, ahora se duplica cada solo 35 años. En la actualidad casi 6.000 millones de personas habitan la Tierra, más de 4.000 millones de ellas en la pobreza. Personas que necesariamente necesitan cubrir sus necesidades crecientes de agua alimentos, y energía.
Pero si el problema de la demanda de recursos que requiere esa creciente población es de por sí importante, se agrava aún más por la falta de un paralelismo entre la demanda de recursos y su producción masiva.
No hace tanto que cada uno tenía su leña, su pan, sus gallinas, su vaca, su cerdo, y su huerta. Tampoco existían electrodomésticos ni vehículos a motor. Ahora no hay más que salir a la carretera un día de diario para comprobar la cantidad de camiones y otros vehículos que transportan las diferentes mercancías para abastecer el mercado. Las producciones de alimentos recorren cientos, a veces miles de kilómetros para llegar a sus mercados de destino. Lo mismo sucede con los electrodomésticos, los coches, o la ropa. El combustible se quema sin conciencia de que esto conlleve grandes complicaciones.
Son características fundamentales de un sistema que basa su funcionamiento en un continuo crecimiento poblacional, asociado al imparable aumento de la producción. Es la llamada sociedad de consumo , base del sistema capitalista, que premia el derroche, incitándonos a cambiar de ropa cada temporada, a comprar un móvil nuevo cada 18 meses, un ordenador cada tres años, un coche cada 5, una lavadora cada 8, y un frigorífico cada 10. Un sistema que inventa continuamente productos diferentes, y que llega a generarnos necesidades inexistentes para arrastrarnos al vértigo consumista.
Un sistema que ha acabado con la mayor parte de los bosques primarios del planeta, ecosistemas amenazados donde residen dos terceras partes de la biodiversidad terrestre, a veces para explotarlos como campos de cultivo de soja, para transformarlos en urbanizaciones, o simplemente para usar la madera, también base del papel.
Un sistema que, a base de explotar una mínima parte de las variedades vegetales de alimentos, está contribuyendo a acabar con la biodiversidad.
Un sistema que no respeta los ecosistemas naturales, con la consiguiente extinción irreversible de muchas especies.
Hablar de limitar las emisiones de dióxido de carbono no tiene sentido sin pensar en frenar la carrera consumista, y el continuo despilfarro de productos, de papel publicitario, o de embalajes. Cada papel, cada par de deportivas, cada neumático, nos obligan a gastar energía, generalmente obtenida de la quema de hidrocarburos, que liberan gases responsables del efecto invernadero, en su producción y en su transporte, y producen además residuos al fabricarlos y al desecharlos. El sistema de libre economía de mercado no parece que le siente bien a la Tierra, y para empezar habrá que cambiar la mentalidad, y mimarla, con cuidado de no rozarla mucho, porque de momento está despellejada.
imprimir
valorar
añade a tu blog
2 comentarios:
ola mila ya he visto tu comentario.
El enlace a mi blog, lo tienes directamente al post de aznar y zapatero.
la dirección es www.13rosas.blogspot.com
Felicidades por lo de Cáceres :p
ola mila ya he visto tu comentario.
El enlace a mi blog, lo tienes directamente al post de aznar y zapatero.
la dirección es www.13rosas.blogspot.com
Felicidades por lo de Cáceres :p
Publicar un comentario