Hablar de República en España es hablar de participación, de igualdad, de democratización de la cultura, de justicia social y de libertad; es retrotraernos a los logros alcanzados durante la II República Española, como el sufragio femenino, la descentralización territorial, o la separación de la Iglesia y el Estado.
El sufragio universal, el divorcio civil, la escuela laica, o la secularización de los cementerios son metas, entonces alcanzadas, y que tras el duro retroceso de la Dictadura tuvimos que rescatar. Los valores de la República están ahora más vivos que nunca, y sin embargo en nuestro país, pocos se atreven a poner en cuestión la Monarquía. Es el gran tema tabú de nuestra España, en la que ya se puede hablar de sexo, de control de la natalidad, de laicismo, de eutanasia, o de aborto, pero donde pocos se atreven a cuestionarse públicamente lo anacrónico de un sistema como el monárquico, en el que, ni más ni menos que el Jefe del Estado es un cargo hereditario.
Hay quien justifica la existencia de las monarquías actuales en un supuesto ahorro en gastos electorales, o en la estabilidad que puede conferir a un régimen la continuidad dinástica. En nuestro país algunos prefieren ignorar el tema por una sencilla cuestión de inercia o de agradecimiento, en base a las supuestas cualidades diplomáticas que se le atribuyen al Rey, o a su papel durante el golpe del 23-F.
SIN EMBARGO muchos, aunque transijan, lo encuentran, como mínimo, incongruente, y recuerdan que fue Franco quien, tras dejarlo todo atado y bien atado, trajo de vuelta una monarquía, que asumida por nuestra Constitución, se ha convertido en la mayor de sus contradicciones, desde el momento en que marca la diferencia entre el común los ciudadanos --que podemos votar y ser votados-- y los Príncipes herederos, que son los únicos que, lejos de la igualdad de oportunidades preconizada en el texto, pueden llegar a ser reyes.
No se trata ya del gasto que supone mantener una Casa Real, que cobra de los Impuestos Generales del Estado la friolera de 8,28 millones de euros, unos 1.400 millones de pesetas, según el presupuesto del 2007, ni de los gastos añadidos para protección, desplazamientos, restaurantes y hoteles para asistir a actos oficiales, ni de las grandes inversiones realizadas en el Palacio de la Zarzuela, ni de los millonarios gastos de mantenimiento de los sucesivos yates dispuestos para uso y disfrute del Rey, un pastón si lo sumamos todo. Se trata de profundizar en la esencia de la democracia.
"Tú eres mi rey --le dice la madre al hijo, o a la hija--, y has tenido la suerte de nacer en un país libre donde todos somos --según el artículo 14 de nuestra Constitución-- iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, pero --matiza-- ni te plantees vivir en el Palacio de la Zarzuela, ni disfrutar del Fortuna III , ni de una sobrecogedora asignación de 1.400 millones de pesetas anuales que te permitan, pasar de pobre a multimillonario, por muchos méritos que logres aportar, ni aunque te hartes de estudiar o de trabajar ni, incluso, aunque te presentes a las elecciones y todo el mundo te vote".
Quienes lo hemos intentado sabemos que es harto complicado explicarles a los niños por qué si vivimos en un país democrático, amparados en una Constitución que se basa en el derecho a la igualdad de todos ante la ley, sigue existiendo la Monarquía. Ni mucho menos me atrevería a intentar demostrarles las ventajas del sistema, y no ya en términos económicos, que lo creo imposible, si no en términos de igualdad.
En el 76 aniversario de la II República Española quiero volver sobre esta reflexión, que considero, por mi parte, irresponsable obviar, por muchas ventajas que me ofrezca acoplarme a la inercia de no andar pensando sobre estas dos grandes opciones que se plantean: La República o la Monarquía.